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Liebre

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Morando una vez en Greccio, un hermano le trajo una liebrecilla cazada a lazo. Al verla el beatísimo varón, conmovido de piedad, le dijo:

 

«Hermana liebrezuela, ven a mí. ¿Por qué te has dejado engañar de este modo?»

 

Luego, el hermano que la tenía la dejó en libertad, pero el animalito se refugió en el Santo y, sin que nadie lo retuviera, se quedó en su seno, como en lugar segurísimo. Habiendo descansado allí un poquito, el santo Padre, acariciándolo con afecto materno, lo dejó libre para que volviera al bosque; puesto en tierra repetidas veces, otras tantas se volvía al seno del Santo; por fin tuvo que mandar a sus hermanos que lo llevaran a la selva, que distaba poco de aquel lugar.

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