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Alondras

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EP 113

Absorto el bienaventurado Francisco todo él en el amor de Dios, contemplaba no sólo en su alma, tan hermosa por la perfección de todas las virtudes, sino también en cualquiera creatura, la bondad de Dios. Por eso, se sentía como transportado de entrañable amor para con las creaturas, y en especial para con aquellas que representaban mejor algún destello de Dios o alguna nota peculiar de la Religión.

 

Así entre todas las aves, amaba con predilección una avecita que se llama alondra. De ella solía decir: “La hermana alondra que tiene capucho como los religiosos y es humilde, pues va contenta por los caminos buscando granos que comer. Y, aunque los encuentre en el estiércol, los saca y los come. Cuando vuela, alaba a Dios con dulce canto, como los buenos religiosos, que desprecian todo lo de la tierra y tienen su corazón puesto en el cielo, y su mira constante en la alabanza del Señor. El vestido, es decir, su plumaje, es de color tierra, y da ejemplo a los religiosos para que no vistan de telas elegantes y de colores, sino viles por el valor y el color, así como la tierra es más vil que otros elementos”.

 

Y porque las consideraba adornadas de estas propiedades, se complacía mucho de verlas. Y fue del divino beneplácito que estas  avecillas le demostraran señales de afecto especial en la hora de su muerte. Pues en la tarde del sábado, después de vísperas y antes de la noche, hora en que el bienaventurado Francisco voló al Señor, una bandada de estas avecillas llamadas alondras se vino sobre el techo de la celda donde yacía y, volando un poco, giraban, describiendo círculos en torno al techo, y cantando dulcemente parecían alabar al Señor.
 

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