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Halcón

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Mientras el bienaventurado Francisco, huyendo, según costumbre, de la vista y el trato con los hombres, estaba en cierto eremitorio, un halcón que había anidado en el lugar entabló estrecho pacto de amistad con él. Tanto que el halcón siempre avisaba de antemano, cantando y haciendo ruido, la hora en que el Santo solía levantarse a la noche para la alabanza divina. Y esto gustaba muchísimo al santo de Dios, pues con la solicitud tan puntual que mostraba para con él le hacía sacudir toda negligencia. En cambio, cuando al Santo le aquejaba algún malestar más de lo habitual, el halcón le dispensaba y no le llamaba a la hora acostumbrada de las vigilias; y así -cual si Dios lo hubiere amaestrado-, hacia la aurora pulsaba levemente la campana de su voz.

 

No es de maravillar que las demás creaturas veneren al que es el primero en amar al Creador.

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